Y siempre hablamos. Empezamos hablando de lo exterior. Hablamos sobre los cambios, sobre el estilo, sobre las costumbres, los colores, las andansas. Después hablamos más sobre nosotros, muchos temas tocamos. El día, la noche, los gustos, los disgustos. Hablamos sobre mamás y familias. Hablamos sobre como reír, y como llorar. Sobre lo lindo y lo feo de la vida. Sobre lo que nos hace realmente grandes. Y más allá, terminamos hablando de lo que realmente nos importaba, nos metimos uno en el otro. Llegamos a lo más profundo. Por lo menos, de mi parte, se pudo dejar ver lo más intimo. Mi verdad, mi sentimiento. Mi cabeza, todo lo que pasaba en ella.
Nos convertimos en dos perfectos extraños hablando sobre el interior, sin importar otra cosa. Confiando el uno en el otro.Confiando. Lo más importante.
Daría la vida por un poco más de eso que se perdió. Jamás se va a comprender como era la cosa. Sinceramente, era bastante rara y confusa. Pero en esa nube de incertidumbre, de idas y venidas, hay que admitir que me sentía muy cómoda. Sentía que encajaba en algún lado. Me sentía útil y muchas veces lo dije, me sentía bien.
A pesar de que hablamos de tantas pero tantas cosas, creo que nunca tocamos el tema del "después". Ese después que no quería que llegue, pero acá está. Presente, firme. No se si llegó para hacerme bien o para arruinar cada segundo.
Nunca toqué ese tema tan complicado que era cómo pasar el tiempo sin vos. Sin tenerte tan presente. Sin mirarte, sin hablar, sin llenarme de tantas pero tantas cosas.
Y puede ser que quizá nunca pensé que iba a necesitarte. Creo que nunca imaginé que la situación se me iba a ir de las manos como lo hizo. Nunca pasó y no tenía por que pasar, pero así fue.
Y lo voy a intentar toda la vida, aunque me de la cabeza contra la pared cada vez que crucemos miradas y te necesite más que nunca. Creo que como pude una vez, puedo dos. Aunque quizá la anterior haya dolido un poquito más. Uno nunca sabe a lo que se anima si no lo intenta ni siquiera una vez.